Este fin de semana hemos tenido una maratón de la trilogía Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), atardecer (ídem, 2004), anochecer (ídem, 2013). Las tres de seguido pum, pum y pum. Reconozco que solo había visto las dos primeras una vez y que en principio me parecieron algo pretenciosas e intelectualoides, pero me apetecía ver el final. ¡Qué se le va a hacer!, aunque me empeñe en ser más bruta que un levantador de piedras vasco, en el fondo soy una aspirante a bohemian bourgeois de la capi que se deleita tomándose café con una buena capa de espuma en bares de luz tenue y mobiliario modernista mientras divaga si son mejores Suede o Pulp.
Al igual que Blue Valentine la trilogía de Linklater ahonda en las relaciones de pareja, en la evolución que se produce a través del tiempo: hijos, curro, familiares que palman, cambio de residencia, cambios fisiológicos, etcétera. A diferencia de Blue Valentine a la pareja de Antes del... les va de perlas. (Cuidadín, que esto que sigue a continuación es un poco spoiler.) Él consigue ser un escritor con cierto éxito y ella está metida en no sé qué historias medioambientales; tienen unos hijos dignos de modelar para el catálogo de Mayoral, una casa que se morirían por fotografiar los de "Architectural Digest" y unas vacaciones en el Peloponeso por las que yo sería literalmente capaz de matar a cualquiera. Resumiendo: su vida es perfecta.
Pues no, no lo es. La convivencia desgasta a lo bestia y da igual que seas un pobre desgraciado en paro que un ricachón con puesto en la lista Forbes: con tu pareja lo vas a pasar tarde o temprano putas. Empezarán los reproches, los malentendidos, la rutina, el sexo automático y te molestará el sonido de la cisterna todas las mañanas. Fallará la ilusión y a saber de qué forma se puede recuperar esta y si merece recuperarla en definitiva.
Me encantaría pensar bah, es cine, pero lo más curioso es que también he podido percibir en personas de carne y hueso los mismos episodios vitales este finde. Unos de mis mejores amigos, compañero infatigable de farras y noches sin dormir, está cruzando el Atlántico para reunirse por primera vez con la que -espero y deseo- es la mujer de su vida. Le tenían que haber visto la cara al embarcar, esa mezcla de miedo e ilusión.
Otro amigo, el mejor que tengo en la Villa y Corte, se acaba de mudar después de un conflictivo divorcio. En las cajas que íbamos cargando dentro del Golfo no solo iban ropa, libros y trastos, también llevábamos un futuro hecho añicos. Le tenían que haber visto la cara al cerrar la puerta del piso, esa mezcla de miedo y desilusión.
Qué vida esta, qué compleja es o qué compleja la hacemos.
28/10/13
Antes del té de las cinco, pero después del aperitivo de la una.
Etiquetas:
Filosofía Serie B,
La fila de los mancos
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Pues sí, Cal.
ResponderEliminarLa vida es así, es difícil hacerlo bien; y casi todas las pegas parecen encontrar su hueco en la pareja.
Un beso.
Qué rollo, Portorosa. Mpfff. Al final va a ser cierto eso de que la entropía tiende a incrementarse con el tiempo. :-)
ResponderEliminarBesos, besos, besos.