28/10/13

Antes del té de las cinco, pero después del aperitivo de la una.

Este fin de semana hemos tenido una maratón de la trilogía Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), atardecer (ídem, 2004), anochecer (ídem, 2013). Las tres de seguido pum, pum y pum. Reconozco que solo había visto las dos primeras una vez y que en principio me parecieron algo pretenciosas e intelectualoides, pero me apetecía ver el final. ¡Qué se le va a hacer!, aunque me empeñe en ser más bruta que un levantador de piedras vasco, en el fondo soy una aspirante a bohemian bourgeois de la capi que se deleita tomándose café con una buena capa de espuma en bares de luz tenue y mobiliario modernista mientras divaga si son mejores Suede o Pulp.

Al igual que Blue Valentine la trilogía de Linklater ahonda en las relaciones de pareja, en la evolución que se produce a través del tiempo: hijos, curro, familiares que palman, cambio de residencia, cambios fisiológicos, etcétera. A diferencia de Blue Valentine a la pareja de Antes del... les va de perlas. (Cuidadín, que esto que sigue a continuación es un poco spoiler.) Él consigue ser un escritor con cierto éxito y ella está metida en no sé qué historias medioambientales; tienen unos hijos dignos de modelar para el catálogo de Mayoral, una casa que se morirían por fotografiar los de "Architectural Digest" y unas vacaciones en el Peloponeso por las que yo sería literalmente capaz de matar a cualquiera. Resumiendo: su vida es perfecta.

Pues no, no lo es. La convivencia desgasta a lo bestia y da igual que seas un pobre desgraciado en paro que un ricachón con puesto en la lista Forbes: con tu pareja lo vas a pasar tarde o temprano putas. Empezarán los reproches, los malentendidos, la rutina, el sexo automático y te molestará el sonido de la cisterna todas las mañanas. Fallará la ilusión y a saber de qué forma se puede recuperar esta y si merece recuperarla en definitiva.

Me encantaría pensar bah, es cine, pero lo más curioso es que también he podido percibir en personas de carne y hueso los mismos episodios vitales este finde. Unos de mis mejores amigos, compañero infatigable de farras y noches sin dormir, está cruzando el Atlántico para reunirse por primera vez con la que -espero y deseo- es la mujer de su vida. Le tenían que haber visto la cara al embarcar, esa mezcla de miedo e ilusión.

Otro amigo, el mejor que tengo en la Villa y Corte, se acaba de mudar después de un conflictivo divorcio. En las cajas que íbamos cargando dentro del Golfo no solo iban ropa, libros y trastos, también llevábamos un futuro hecho añicos. Le tenían que haber visto la cara al cerrar la puerta del piso, esa mezcla de miedo y desilusión.

Qué vida esta, qué compleja es o qué compleja la hacemos.

2 comentarios:

  1. Pues sí, Cal.
    La vida es así, es difícil hacerlo bien; y casi todas las pegas parecen encontrar su hueco en la pareja.

    Un beso.

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  2. Qué rollo, Portorosa. Mpfff. Al final va a ser cierto eso de que la entropía tiende a incrementarse con el tiempo. :-)

    Besos, besos, besos.

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