13/12/13

Muerte por stendhalazo.

Llámenme snob: me ha encantado La Gran Belleza de Sorrentino.

Iba con gran recelo al cine (¡qué mal año, la firgen!) ya que la última peli del director napolitano (This must be the place, 2012) me dejó mal sabor de boca. Pero al ver las imágenes que ilustraron el repor de DDC, me apeteció aflojar el bolsillo y soltar la fortuna que cuesta ahora ir al cine para darme un paseo por la Ciudad Eterna. Hace ocho años que mis pies no taconean por el Campidoglio y eso, quieran que no, es una injusticia (jamás he sido más feliz que en Roma y en Estambul). Además es más barata una butaca mullida que una noche en cualquier hotelucho romano de mala muerte.

La cosa va de un escritor de nombre Jep Gambardella (Toni Servillo), con una única novela en su vida y dedicado a la crítica artística en una reputadísima revista, que cumple sesenta y cinco años. Desconozco si antes de esa fecha se planteaba los mismos dilemas que nos expone tras su onomástica -intuyo que sí-, pero el hombre se come el tarro de lo lindo. De esto tratan los ciento cuarenta y dos minutos (un pelín larga) que arrancan, tras una delicada introducción musical, con una desenfrenada fiesta.

Esas dudas que plantea el filme de Sorrentino se muestran a través de la observación. También tiene sus momentos "chapa" en plan Las Invasiones Bárbaras (Denys Arcand, 2003), pero, como versan sobre la superficialidad del mundo en vez de la política, los diálogos se hacen divertidos. Además hay un punto que me fascina en el discurso de Gambardella: que sufre de una honestidad brutal.

La película es el puro esperpento, una especie de Fellini moderno. Los personajes están tan deformados, son tan caricaturescos,  que adquieren visos de realidad incómoda. Todos podremos identificar a gente de la vida real que son el vivo reflejo de esos caracteres, por muy rarunos y ajenos al común de los mortales que nos parezcan al principio. Extrapolen la alta sociedad intelectual(oide) romana a su casta social y seguro que encuentran todos y cada uno de ellos a su alrededor.

Si son fans de La Voz, Master Chef y ese tipo de sucedáneos televisivos abominables, ni se les ocurra ir a verla. Su visionado es solo apto para enfermos de la belleza y de la filosofía mundana.

(Amada Roma... mi brazo daría por estar ahora en cualquiera de los lugares que vi anoche.)

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